Con alegría los católicos celebran el nacimiento de la Madre de Dios, quien fue llena de gracia y concibió sin pecado al Salvador, Jesús.
Cada 8 de septiembre la Iglesia católica celebra el nacimiento de la Virgen María, y, por ende, el de las advocaciones marianas. El documento más antiguo en conmemoración de esta fiesta data del siglo sexto.
Esta fiesta se comenzó a celebrar oficialmente con el Papa San Sergio (687-701 d.C.) al establecer que se celebraran en Roma cuatro fiestas en honor de Nuestra Señora: la Anunciación, la Asunción, la Natividad y la Purificación.
Aunque el Evangelio no menciona donde nació María, a lo largo de la historia, algunos consideran a María descendiente de David, por lo cual sitúan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala Nazareth como cuna de María.
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La promesa
Después del pecado original de Adán y Eva, Dios había prometido enviar al mundo a otra mujer cuya descendencia aplastaría la cabeza de la serpiente. Al nacer la Virgen María comenzó a cumplirse la promesa.
El nacimiento de la Virgen María tuvo privilegios únicos. Ella vino al mundo sin pecado original y fue elegida para ser Madre de Dios. Era pura, santa, y tenía la gracia santificante, desde su concepción. Con este hecho, se cumplieron las Escrituras y todo lo dicho por los profetas.
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Un dato histórico
La fiesta tiene la alegría de un anuncio premesiánico. Es famosa la homilía que pronunció San Juan Damasceno (675-749) un 8 de septiembre en la Basílica de Santa Ana:
“¡Ea, pueblos todos, hombres de cualquier raza y lugar, de cualquier época y condición, celebremos con alegría la fiesta natalicia del gozo de todo el Universo. Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo. Ésta escuchó la sentencia divina: parirás con dolor. A María, por el contrario, se le dijo: Alégrate, llena de gracia!”, cita el portal católico Aciprensa.
Finalmente, la vida de la Virgen María nos enseña a alabar a Dios por las gracias que le otorgó y las bendiciones que derramó por ella sobre el mundo.