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¿Cuánto tiempo nos queda?

Colombia parece hoy inmovilizada por el miedo. Un paro de 72 horas, justificado bajo la protesta contra programas del gobierno norteamericano, dejó un saldo doloroso: un civil muerto, dos policías asesinados, un niño herido, ciudadanos confinados en sus casas, carreteras cerradas y el transporte de carga y pasajeros paralizado. No fue una protesta social espontánea; fue una demostración de fuerza, una estrategia que articula actores armados, con escenarios universitarios y recursos económicos cuya procedencia no ha sido esclarecida.

Los hechos son contundentes: Cincuenta y un hostigamientos atribuidos al Eln en distintas regiones del país; cilindros con explosivos abandonados en vías nacionales; carreteras neutralizadas en Cauca, Norte de Santander y Antioquia; un bus de pasajeros incendiado en Valdivia; un conductor de ambulancia asesinado. De esos 51 hechos, 38 no implicaron enfrentamientos: fueron grafitis, banderas, mensajes intimidantes y presencia armada en carreteras.

No necesitaba asesinar para controlar. Bastaba con sembrar miedo. Eso es guerra sicológica.  Su objetivo no es la confrontación militar, sino convencer a la población de que el control territorial ya no le pertenece al Estado. Incluso el propio Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric) rechazó el paro, reconociendo que solo genera zozobra y no cuenta con legitimidad social, porque se impone mediante amenazas.

Este paro no puede analizarse como un evento aislado, hace parte de una estrategia amplia y sofisticada; recordemos la ocupación de la Universidad Nacional por la minga indígena, ante la pasividad institucional. La pregunta de fondo no es solo quién convoca, sino ¿cómo se financian estas movilizaciones masivas? Organizaciones como la Onic y el Cric han recibido importantes recursos públicos; sin embargo, persiste el interrogante sobre los flujos financieros que sostienen estas acciones de gran escala.

Cuando se conectan los diferentes puntos aparece una lógica inquietante: el control no se conquista solo con la fuerza y las armas, se impone mediante manipulación de las conciencias por ello el escenario, son las universidades, los espacios culturales, las nuevas generaciones, los círculos pedagógicos. Se construye una hegemonía narrativa: lucha social, victimización permanente, deslegitimación del Estado y creación de estructuras paralelas de poder. Venezuela es un ejemplo cercano. Hugo Chávez entendió que antes de controlar el país debía controlar la cultura, la educación y el discurso.

En Colombia observamos síntomas similares: universidades convertidas en escenarios de presión política, financiamiento de movilizaciones, intentos de modificar reglas institucionales, aparición y desaparición de figuras como la “primera línea”. Todo responde a una estrategia de dirección cultural, no improvisada, sino planificada.

La pregunta no es si esto está ocurriendo. La pregunta, prudente y urgente, es: ¿cuánto tiempo nos queda para reaccionar como Estado y como sociedad? Porque cuando el miedo reemplaza a la autoridad legítima y la narrativa suplanta a la ley, la democracia entra en cuenta regresiva.¨

*Exdirector de la Policía Nacional


Colombia parece hoy inmovilizada por el miedo. Un paro de 72 horas, justificado bajo la protesta contra programas del gobierno norteamericano, dejó un saldo doloroso: un civil muerto, dos policías asesinados, un niño herido, ciudadanos confinados en sus casas, carreteras cerradas y el transporte de carga y pasajeros paralizado. No fue una protesta social espontánea; fue una demostración de fuerza, una estrategia que […]


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Fecha de Publicación: jueves, 25 de diciembre del 2025


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