El maestro Rafael Daza, ha dedicado más de cuatro décadas a escribir la memoria de su terruño que fue símbolo de bonanza algodonera, luego víctima del olvido, del veneno y del desplazamiento.
Por: Juan Mozo De Lima
Redactor de EL INFORMADOR
“Caracolicíto cumplió 120 años de olvido”, dice Rafael Daza, con la mirada perdida entre los recuerdos y los surcos del tiempo. Habla con la serenidad de quien ha sobrevivido al silencio, pero también con la urgencia de quien teme que su historia desaparezca. Su voz, curtida por los años y la memoria, se ha convertido en el eco de un pueblo que fue devorado por el progreso y el olvido.

Rafael es profesor, pero prefiere llamarse ‘recordador’. Hace cuarenta años empezó a escribir lo que llama ‘La Memoria Histórica de Caracolicito’, un proyecto nacido del dolor y la necesidad de no dejar que la historia se repita. “Yo no soy escritor, soy un escribidor. Escribo lo que viví. Es prohibido olvidar”, dice mientras acaricia las hojas donde guarda la memoria de este pequeño pueblo.
Habla del algodón como quien recuerda una gloria perdida. “Antes esta tierra era blanca de algodón, y daba más de 4.000 kilos por hectárea. Pero llegaron los químicos, los venenos, el bombardeo de Monsanto o como yo le digo, Mondiablo y acabaron con todo. El campo se volvió un desierto, la fauna y la flora murieron en silencio”.
En sus palabras, el olvido huele a pesticida y suena a motores de avionetas que regaban muerte sobre los cultivos.
Mientras habla, evoca los años de bonanza, cuando Caracolicito era un pueblo alegre, con música, trabajo y esperanza. “Aquí el que no sembraba yuca sembraba ñame, y el que no tenía ganado, cantaba. Pero un día cambiaron el pan coger por el algodón, y de ñapa, llegó la marihuana. En ese mismo instante nos arrebataron la tranquilidad”.
Rafael compara aquel tiempo con una guerra: “En la Segunda Guerra Mundial murieron millones de personas; aquí, entre Fundación y Barranca, murieron miles de millones de seres vivos, flora y fauna incluidas. Pero nadie los contó. Nadie escribió su historia”.
Su relato mezcla historia, tragedia y poesía. En su memoria están los primeros pobladores, las recuas de burros que abrían caminos entre el lodo, los palenqueros que levantaron los primeros ranchos y los campesinos que labraron la tierra hasta que el veneno los hizo guardar sus machetes y azadones.
“Ellos, los iletrados, construyeron el pueblo con sabiduría. Nosotros, los que estudiamos, no fuimos capaces de conservarlo”, confiesa con un dejo de tristeza.
Pero su historia no es solo del pasado. También es personal. Rafael tuvo que huir en los años de la violencia. Perdió a su esposa, víctima de una descarga eléctrica mientras escapaban de la muerte. “¿Quién responde por eso?”, pregunta sin esperar respuesta. Vivió 27 años fuera del país y volvió hace ocho, con la esperanza de reencontrarse con su tierra y con su historia.
De su puño y letra nacieron once manuscritos, donde guarda anécdotas, comparaciones y reflexiones sobre la vida, la política y la educación. “Hoy confunden inteligencia con maldad. Cristo prefirió la sabiduría, y yo también”, dice. En su casa, llena de papeles, sueños y silencios, una niña llamada Valentina le ayuda a transcribir sus historias. “Ella quiere ser escritora, será mi secretaria. La nueva guardiana de la memoria”, comenta con orgullo.
Rafael sabe que su labor es titánica, pero no pierde la fe. “Caracolicito es Macondo”, dice con una sonrisa. “Aquí todo lo que contó García Márquez pasó de verdad: la fantasía, el polvo, el olvido. Pero, así como el ave fénix, este pueblo ha renacido de sus propias cenizas. Solo falta que alguien escuche”.
Su esperanza es que la Memoria Histórica de Caracolicito llegue algún día al Palacio de Nariño. “Para que allá, donde se han cometido tantas barbaridades, sepan que aquí hubo un genocidio ambiental, humano y cultural del que nadie habla. Que sepan que un maestro de un pueblo olvidado fue capaz de escribir lo que muchos prefirieron callar”.
Caracolicito, con sus cuatro mil habitantes y sus 120 años de historia, sigue en pie.
“De mártir pasamos a estoicos dice Rafael, por eso seguimos vivos”.
En su voz se resume un siglo de resistencia: la de un pueblo pequeño que se niega a desaparecer y la de un maestro que convirtió el olvido en palabra.
El dato:
Caracolicíto fue fundada en 1905 por la familia Guerrero .
Destacado:
El corregimiento debe su nombre al árbol de «Caracoli», un vegetal nativo del litoral caribe que puede llegar a medir aproximadamente 30 a 40 metros de altura.

En esta parte llamada ‘La Plazita’ donde llegó la familia Guerrero, quienes fueron los fundadores de este hermoso pueblo llamado Caracolicíto. Foto derechos reservados EL INFORMADOR

Las casas coloridas y que están cerca de las calles sin pavimento junto con las hermosas flores, son los detalles que Caracolicíto hace resaltar. Foto derechos reservados EL INFORMADOR

Este pequeño pueblo es llamativo por sus casas antiguas que guardan la historia y recuerdos de más de 100 años. Foto derechos reservados EL INFORMADOR

Caminar por medio de las calles de este pequeño pueblo te hace retroceder muchos años, cuando no existía la tecnología. Foto derechos reservados EL INFORMADOR
