Para los pueblos de Israel y de Gaza llegó el anhelado alivio de un cese al fuego, presionado por el gobierno de EE. UU, a cambio de la entrega de 48 – vivos o muertos- de los 251 rehenes que había secuestrado Hamás hace dos años cuando realizó un ataque terrorista de inusitada crueldad y el Estado de Israel empezó a responder priorizando los bombardeos masivos en Gaza.
De esta manera, lo que debió ser una respuesta proporcional de corta duración, se convirtió en una guerra que ha dejado a Gaza reducida a escombros con una dantesca cantidad de personas muertas, incluyendo mujeres y niños. El hecho es que las cifras de muertos palestinos descartan que las víctimas civiles hayan sido “daños colaterales accidentales”. Más bien sugieren, como mínimo, indiferencia humanitaria.
En una región donde la paz se confunde con una sucesión de treguas en el tiempo, cuya brevedad impide que florezca el perdón, resulta muy difícil hacer un juicio ecuánime sobre lo que ha ocurrido. No olvidemos que desde comienzos del siglo XX los poderes regionales y globales siempre han utilizado la región como un tablero de ajedrez en el que los palestinos han sido solo peones cuyo destino no le ha importado realmente a nadie: ni al mundo musulmán ni al hipócrita progresismo occidental, que finge solidaridad por la causa palestina.
El mundo árabe no es que confíe mucho en los palestinos, por esto tras el ataque israelí a Catar (séptimo país que Israel bombardea impunemente), la Liga Árabe y Turquía condenaron el ataque terrorista de Hamás y la matanza de civiles en Gaza, pero sin decidir ninguna acción clara salvo el significativo acuerdo de ayuda militar mutua suscrito entre Arabia Saudita y Pakistán (potencia nuclear). Del mismo modo, el apoyo del mundo árabe al plan de paz de Trump corrobora que su prioridad siempre ha sido evitar el desestabilizador desplazamiento forzoso de dos millones de personas, más que salvar a sus hermanos palestinos.
Ahora bien, en Colombia la posible paz que estaría comenzando en Israel trastoca la agenda de Petro, cuyo teatrero protagonismo antiisraelí siempre ha respondido a burdas razones electorales y no al interés nacional o a la defensa de unos valores de los que el amoral personaje se burla frecuentemente. De cualquier manera, para nosotros lo importante no es quién apoya qué postura, sino dónde está la verdad, lo que además implica un juicio moral.
A lo largo de la Historia los conflictos bélicos raramente han sido una lucha entre buenos y malos. El bien y el mal existen, pero la guerra es otra cosa. Clausewitz la definía como “la continuación de la política por otros medios”, y, aunque la expresión no habla muy bien de la política, es difícil negar que la mayoría de las guerras han sido provocadas por la ambición de poder. Por lo tanto, la categorización de las guerras como una lucha maniquea, lejos de responder a la realidad, suele ser el principal instrumento de la propaganda bélica, que pretende deshumanizar al enemigo.
Aún más, los pueblos no son los gobiernos. Una cosa es el antisemitismo, que persigue a los judíos por su religión o raza, y otra, muy diferente, criticar cualquier fanatismo —también si es sionista— o las acciones del gobierno israelí. Lo primero supone una discriminación intolerable; lo segundo es legítimo. Buena parte de la opinión pública tiende a confundir al pueblo israelí con la religión judía. Sin embargo, según una encuesta de Gallup de 2015, el 65% de la población israelí era “no religiosa o atea convencida”, lo que mostraría a Israel como uno de los países más ateos del mundo. Pero lo más importante es que, como ocurre en todos los países, no es lo mismo el pueblo israelí que su gobierno, ni todos los palestinos que habitan en Gaza pertenecen o apoyan a Hamás.
Si nos horroriza que Hamás asesinara a 38 niños israelíes, ¿cómo no conmovernos ante el hecho de que el gobierno israelí haya matado más de 16.000 niños palestinos? Incluso la ley de Talión (“vida por vida, ojo por ojo, diente por diente”), superada definitivamente por el cristianismo, pero aún viva en la cultura judía, exige una proporcionalidad. El Patriarca Latino de Jerusalén, máxima autoridad católica en la región y observador imparcial, ha denunciado “la impactante crueldad hacia los civiles” y tildado la respuesta del gobierno de Israel de “injustificable y moralmente inaceptable”.
Siempre ha sido admirable el valiente pueblo israelí, que ha sabido edificar un país próspero en medio de un desierto y rodeado de enemigos. Pero eso no justifica defender lo indefensable ni ignorar la matanza de civiles que ha llevado a cabo su actual gobierno en Gaza. No se ha tratado de justicia; ni siquiera de venganza, sino de destruir Gaza hasta los cimientos para expulsar a los palestinos de su tierra.
*Analista